1 de septiembre de 2016

Amapolas de sangre

     Música recomendada en la que me he inspirado para ambientar el relato (a partir del minuto 6.35): https://www.youtube.com/watch?v=KSM0lLbVYOo 

     Procuro que, al caminar, mis pies no queden ensuciados por el hollín de los tejados. Todo está muerto y desierto. Aquí, de momento, solo vive el soberano silencio, aguardando la llegada de la palabra. Los gatos me acompañan en la noche, persiguiéndome pero manteniendo la distancia. Ello conocen lo que se avecina. Observo con gran interés cada detalle de los hogares: las flores marchitas en el alféizar de las ventanas, o los cadáveres tendidos en la entrada de cada casa, que llaman especialmente mi atención. El suelo, de pálido pavimento, se siente frío, como todo lo que me rodea: una fuente de piedra desmoronada cuyo agua es inexistente, varios pares de botas agrupados al lado de una gran pila de madera o el esqueleto de un caballo cuyas cuencas de los ojos parecen observarme.

     Sin embargo, para llevar a cabo mi trabajo, antes debo acabar el de mis hermanas, para devolverlas a la vida posteriormente. Me paro en seco, cierro los ojos y escucho una respiración entrecortada tras el heno de un corral que se encuentra a mi izquierda. Portador de una antorcha sale con determinación, pero desde aquí huelo su miedo y en sus ojos vislumbro su futura muerte. Arroja su torpe arma a la pila de madera y comienza a correr hacía mí desenfrenadamente con un incesante grito de guerra. Arremete contra mi cuerpo y consigue, de un solo empujón, meterme de lleno en la pira ardiente. Humanos. Se encuentra expectante, dudando de mi siguiente movimiento, que lo sorprende: lo miro directamente a los ojos, y cuando estoy segura de que está contemplando mi alma, esbozo una malévola sonrisa.

     De su pecho arrastra un crucifijo que sostiene con fuerza. Mientras, vuelve a romper el silencio con toda clase de maldiciones y plegarias. Sus palabras se clavan en mí como espinas, las cuales florecen en mi piel. Con cada paso que doy al salir de la crepitante hoguera, él retrocede de manera temerosa. Hoy, los gatos podrán darse un nuevo festín. Continúa caminando hacia atrás, hasta que choca con mis muertas hermanas, cuya tumba está constituida por seca tierra y alargadas macetas despedazadas. La venganza se llevará a cabo esta noche.

     Arranco de mi brazo y mis canillas algunas de sus espinas, y las arrojo hacia su cuerpo. Con cada una de mis agujas, se encuentra más inmovilizado, hasta quedar en una posición de crucifixión. Aúlla de dolor, y los gatos comienzan a arremolinarse entorno a mí, enroscando sus colas en mis piernas y ronroneando. Su momento ha llegado. Deposito algunos frascos bajo su moribundo cuerpo para recoger su sangre, sonrío una vez más y me alejo, dejando que los felinos terminen mi trabajo.

     Con el alba, mi útero, portador de la semilla de la vida, devuelve lo orgánico a este lugar.

     Al atardecer, el pueblo se ha convertido en un prado de flores rojas tras las cuales se esconden blancas amapolas.


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