30 de julio de 2016

Volver

     Música recomendada en la que me he inspirado para ambientar el relato: https://www.youtube.com/watch?v=xEMSJf723BI

     Vago sin rumbo por la orilla de la interminable mar. Camino descalza con pies cansados y llenos de cortes; nunca me gustó estar lejos del suelo, lejos de la tierra. Rondo por la periferia de una ciudad sin nombre, donde nadie me conoce. Compruebo el reflejo entre los cristales rotos de la costa y confirmo lo inevitable: no me veo de vuelta. Ya son varios los días que llevo perdiendo mi esencia, abandonando mi ser al vacío de mi cuerpo.

     A medida que avanzo, observo con detenimiento el paisaje. Las luces del ocaso clausurando el día, las primeras estrellas en el firmamento y la espesa selva tras la blanquecina arena. Cierro los ojos al mismo tiempo que dirijo mi cabeza hacia el cielo infinito. Suspiro varias veces, y siento cada dilatación y contracción de mi pecho. Muevo los dedos lentamente y noto el movimiento de cada articulación, el tacto de mis ásperas manos y el dolor en mis nudillos. Estoy perdida, desconozco mi paradero, y a juzgar por el entorno podría asegurar que soy lo único que se mueve por estas costas. La mar está en calma, el oleaje es suave y constante. La brisa genera el movimiento de las hojas de la selva que limita mi visión. El sonido es armonioso, pero no ayuda a concentrarme en mi siguiente movimiento.

     Aparto mis cabellos pelirrojos del pecho y remango mi mojada blusa hasta el codo. Deposito mi desvencijado cuerpo en el suelo, quedando a la deriva sobre este polvo de hueso. En breve me desvaneceré. Mi cuerpo será engullido por la fría arena y mi recuerdo perdurará únicamente en los troncos de los árboles y en las grandes rocas que rodean este paraje. Adopto una posición fetal y aguardo en mi lecho de muerte.

     Pequeñas hojas se arremolinan a mi alrededor. Cada vez aumentan el número de ellas, y mi visión, por momentos, se reduce notablemente. Antes de desaparecer entre el blanco de la arena y el verde de la vegetación, contemplo por última vez la arrulladora orilla. Entre la marea puedo ver un cuerpo que besa la costa junto con las olas. Está bocarriba, flotando, y parece muerto. Deduzco que es mujer, pues su desnudez delata sus pechos femeninos, acompañados de un largo pelo de color rojo que los cubre. Son mis pechos y mi pelo, es mi ahogado cuerpo, muerto sobre escasos centímetros de agua. Entonces lo comprendo.

     Las hojas me cubren por completo y mi corazón sabe que el momento llega. Siento cómo muero durante unos segundos y vuelvo de nuevo a la vida. Despierto y corren por mis labios hileras de agua con sabor a salitre y toso hasta recomponerme. Con las fuerzas que me quedan, levanto mi cuerpo desnudo y mi alma desolada. Cierro los ojos al mismo tiempo que dirijo mi cabeza hacia el cielo infinito. Suspiro varias veces, y siento cada dilatación y contracción de mi pecho. Y siento cómo me vuelvo a encontrar, cómo vuelvo a nacer. Volver.


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