25 de marzo de 2016

Viaje al abismo

     Antes de comenzar a leer este relato, os deposito un link que os dirigirá a la canción que me inspiró a escribir esta breve historia (https://youtu.be/mJ_fkw5j-t0).  Es muy importante utilizar la imaginación a medida que se lee, pues el relato cobrará mayor emoción. Sin más dilación, disfrutad.

     De vuelta al nido. Estoy cansado y siento quemor en la planta de los pies, pero ya he tomado el autobús y en no mucho estaré en casa; después de todo vivo en una pequeña isla rodeada de mar. La noche es de color azabache, ya que el alumbrado es escaso y, en algunos tramos, nulo. Muchas veces parece que después de atravesar las luces de la carretera principal te adentras en el abismo del océano. Debido a la duración del viaje decido apoyar la sudadera en el cristal y mi cabeza en ella a modo de almohada. La continua presencia de baches en el camino y el bullicioso pero tranquilizador ruido del autobús hacen que mi cabeza vibre, otorgándome un estado de agitada armonía.

     Decido cerrar los ojos unos minutos, y, cuando los abro, para mi sorpresa queda mucha menos gente en el móvil. Sigo sin ver nada del exterior, no se ve luz alguna, simplemente esas de emergencia que se encuentran en el interior del transporte. Coloco la sudadera en mis piernas lo más estirada posible para cubrir el frío que congela la parte inferior de mi cuerpo. Alzo la mirada para ver la hora que marca el reloj digital del autobús, pero está apagado. Miro al frente y observo al conductor de la máquina. El chófer es un rechoncho señor con un gorro un tanto antiguo y de bigotes peculiarmente finos y largos. A pesar de su rara apariencia me ha atendido con una gran sonrisa de oreja a oreja. Se ha dado cuenta de que lo observo y me mira de vuelta, desatendiendo el volante y dejando de prestar atención a la carreta. Sus ojos miran profundamente los míos, y súbitamente algo extraño comienza a pasar en ellos: cada vez comienzan a ser más redondos, al tiempo que sus pupilas se dilatan a un impactante ritmo. Simultáneamente, su gorro se vuelve más ancho y grande, y sus bigotes se convierten en viscosos filamentos que se mueven de un lado a otro tratando de surcar el aire. Su masa corporal ha aumentado, y su piel ha adquirido una tonalidad verdosa. Parpadeo varias veces seguidas para comprobar que no estoy soñando. Ante mi extraña reacción, él esboza una gigantesca sonrisa con una boca incluso mayor que la de su forma humana. Segundos más tarde compruebo que no es una alucinación y que, sin duda alguna, el conductor del autobús se ha metamorfoseado en un pez gato. Me pregunto si el resto de tripulantes estarán viendo lo mismo que yo, pero al girar la cabeza puedo observar que lo que antes eran personas ahora son peces de infinidad de colores y formas, con grandes ojos de carbón y pequeñas aletas.

     Comienzo a sudar ante los inexplicables sucesos. Un momento, ¿acaso alguien comienza a sudar por los pies? Bajo la mirada y noto que no es sudor lo que humedece mis pies, es fresca agua que alivia el escozor. En una situación normal hubiese sido la sensación de tocar el cielo con la punta de los dedos, pero en este caso era algo alarmante y por lo que uno debería preocuparse. Intento gritar, pero ningún sonido es emitido por mis cuerdas vocales y el agua continua ascendiendo inexorablemente. Finalmente me cubre por completo y, antes de quedarme sin aire, tomo una última bocanada que espero que dure unas horas, o al menos el tiempo suficiente para salir de esta trampa submarina. Según pienso esta última palabra, "submarino", el autobús también empieza a cambiar y los cristales se unen unos con otros, formando un único mirador al vacío exterior. Me doy cuenta de que, entre lo que observo los cambios a mí alrededor, he estado respirando como de costumbre. Me asombro, pero también me tranquiliza, al menos no moriré con los pulmones repletos de agua.

     En el exterior se puede escuchar un incesante burbujeo. Esta vez me aproximo al cristal sin miedo, y compruebo como salen los pequeños globos de aire hacia la superficie y que, al estallar en ella, provocan ondas que imitan los colores del arco iris. Es un espectáculo de colores apasionante e hipnotizante, pero aparto rápidamente la mirada; el autobús hace un brusco giro y nos adentramos en lo que parece un profundo abismo. En la submarina travesía contemplo los pequeños delfines nadando en libertad y disfrutando de la llegada de un nuevo individuo: yo a bordo de este trasto. He sufrido tantas transformaciones en tan poco tiempo que apenas me reconozco en el cristal del submarino. Repentinamente todo cobra luz, y el escenario es inundado por la presencia de grandes medusas de color azul celeste que aportan claridad a la escena y permiten visualizar el fondo marino, repleto de millares de moluscos, algas, anémonas y corales. 

     ¿Quién me diría que lo que comenzó siendo la vuelta a casa en el autobús de todos los días se convertiría en la más increíble de las aventuras? Parece que continuamos el trayecto, y dejamos atrás el campo de medusas para seguir el camino de vuelta a casa. Me siento en los ahora blandos y viscosos asientos del submarino. A lo lejos escucho un ensordecedor ruido que pone mis escamas de punta. Una vez más me permito ser sorprendido por la Madre Naturaleza y corro de nuevo al cristal con los ojos de un niño el día de navidad. Esta vez ha tocado el más sorprendente de los animales: la ballena jorobada. Cierro los ojos y dejo que mis oídos se deleiten con sus agudos cantos. Cuando parece que la sinfonía finaliza, abro los ojos lentamente para observar con sorpresa que estamos de vuelta a la superficie terrestre, pero llego a tiempo para ver como una colosal ballena sobrevuela las mareas del océano y produce un gran y delicado estruendo al volver a sumergirse. 

     Despierto, y el conductor, humano de nuevo, me zarandea un poco para que me despierte del todo. Lo miro con los ojos cansados y me dice que hemos llegado a la última parada, y me horrorizo. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que la maravillosa aventura ha sido solo un sueño. A pesar de que debería estar preocupado, me siento liberado, y bajo del autobús agradeciendo al conductor el haberme despertado. Cuando toco la tierra de nuevo y doy unos pasos, noto de nuevo los pies mojados. Me doy la vuelta y veo con ojos brillantes como un pez gato me dedica las mejores de las sonrisas y desaparece en la oscuridad de la noche. Y comprendo, que al fin y al cabo, todos somos hijos del mar.





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